Paul Ricoeur bautizó a Marx, junto a Freud
y Nietzsche, como parte de los “filósofos de la sospecha”, ya que demostraron la
falsedad de la ilustración en sus valores de racionalidad y verdad. Marx fue un
constructor de sistema filosófico, que puso de centro a la economía. Su método
de análisis proviene del Materialismo Dialéctico; heredando el modelo de
síntesis, coloca el movimiento de la historia y sus agentes en un flujo hacia
la conciencia de clase que, en términos de contrarios, haría emerger la revolución.
El análisis del Capital
marcó el gran cambio de paradigma en occidente.
Karl Heinrich Marx no
tenía la intención de publicar sus manuscritos. Se trata de apuntes incompletos
e intuiciones sin desarrollar; no estableció una estética, si bien comparte
cierto interés de la época por el Realismo como forma artística
característicamente socialista; donde la obra artística no se reduce a sus
ingredientes ideológicos ya que cumple con una función cognoscitiva: una
representación de la realidad exterior y la expresión de la subjetividad. No
obstante, muchas de las ideas sobre el arte desarrolladas tardíamente por sus
seguidores, reestablecen osadas inferencias de la operación de sus categorías,
algunas bastante válidas y otras sostenidas en el vilo de la interpretación.
La obra marxiana temprana
establece conceptos operantes en toda la filosofía del trabajo: coloca en el
centro de su significación conceptos tales como “fuerza de producción”,
“división del trabajo”, “naturaleza objetiva”, “enajenación/alienación”.
Sus aportaciones teóricas surgieron del análisis de Hegel y de sus estudios de
economía política.
Marx nos habla del proceso
de mercantilización del Capital en el que la propiedad privada se configura
como producto de alienación, de esta forma el comunismo preserva el modelo
deseable para insuflar autonomía en los agentes de la historia. La división
entre proletariado (capaz de vender su fuerza de trabajo) y burguesía (como
dueña del capital) persiste en la actualidad. A este respecto, en los
Manuscritos del 1844: “el trabajo no sólo produce mercancías; se produce
también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en
que produce mercancías en general”.[1]
Lo que el trabajador
aporta en el intercambio con el capitalista es un producto, siendo simplemente
dueño de su potencial, una mercancía poseedora de un valor de cambio
determinado por la cantidad de trabajo que se ha necesitado para producirla. Es
aquí donde nace la objetivación del valor del trabajo, desde la facultad y
fuerza empleada.
En el intercambio
objetivo del trabajo se dimensiona la facultad subjetiva, donde las capacidades
esenciales del hombre aparecen, no sólo como unos instrumentos o medios de producción
que condicionan la propia alienación. La relación del trabajador con el
producto aparece en el trabajo como una relación con un objeto extraño, ajeno,
independiente del productor. La división del trabajo que Marx pudo observar
durante la revolución industrial demostraba la pérdida de autonomía y el fácil
reemplazo del sistema de producción.
El trabajo enajenado, en
la medida en que convierte el ser genérico del hombre en un simple medio para
su existencia individual, lo hace un ser ajeno y extraño a sí mismo. La fuerza
de trabajo es una mercancía que sólo es realizada como tal en cuanto es
enajenada para otro que hace uso de ella. El obrero vende su fuerza como
mercancía que es cambiada por dinero, dinero que, de hecho, sirve para consumir
productos dados por el capital.
La circulación mercantil
“es el movimiento en el que la enajenación general se presenta como apropiación
general y la apropiación general como enajenación general”.[2] Si el trabajador intercambia
el trabajo objetivado y “el capital lo adquiere, en virtud de un intercambio,
como trabajo vivo, como fuerza productiva universal de la riqueza; actividad
acrecentadora de la riqueza”[3]. Es así como se entiende
la alienación.
En el Capitalismo
persiste la esfera del Valor de Uso sobre el Valor de Cambio. En su producción,
la actividad finalizada para la realización de un Valor de Uso específico, al
interesarse por el Valor y no por la cosa, el capitalista convierte en
prioritario no el trabajo concreto, cualitativamente distinto, sino el elemento
abstracto que une todas las actividades particulares finalizadas: el simple
gasto de fuerza humana del trabajador.
Para finalizar, frente a
las restricciones espaciales, quisiera agregar un comentario por demás ocioso,
y es que me resulta particular que en la actualidad se enseña más sobre Marx y el
flujo del Capital en universidades de modelos neoliberales que en escuelas y
grupos considerados socialistas.
[1]
Marx, C. (1969). Manuscritos: economía y filosofía. 2" ed. (F. Rubio
Llorente, trad.). Madrid: Alianza Editorial, p. 55
[2]
Ibid.: 94
[3]
ibídem
Conocemos al Marx que fundaba su teoría en en el capital desde la producción. NO alcanzó a prever, el capitalismo que campea hoy, y que deja la mirada de la mercancia, y la proyecta en la especulación de la moneda, el monetarismo, que afinca MIlton Freidman, y apuntala el nefasto neoliberalismo.
ResponderEliminarDesde la mirada estética, el neoliberalismo, observa el arte desde la capacidad que este tenga, para servir de fuente especulativa, no comercial. UN abrazo
ResponderEliminarPuf, la lectura de Marx es insuperable. Actualmente en los colegios de corte neoliberal se enseña mucho más que en los ideales socialistas. Le debo mucho al autor. Gracias por pasar.
Eliminar